En una entrevista a la BBC antes de que empezase el concierto virtual One World Together para recaudar fondos ante la pandemia del covid-19, Elton John confesó que ya había superado los 250.000 pares en su colección de gafas. Su pasión por ellas no solo se generó por su necesidad de corregir su miopía sino por su amor por la moda y el lujo expresado en auténticas filigranas elaboradas con piedras preciosas de calibre extraordinario que han requerido más de 300 pasos de técnicos orfebres.
“Vale, tengo un cuarto de millón de gafas, pero no tengo ni iPod ni móvil. Dejadme vivir, anda”, explicaba Elton John a la prensa en su gira por España en 2017. Aunque ahora sí tiene un smartphone.
“A principios de siglo, el lujo era operarse de miopía, vía lentes intraoculares o con láser. Los precios eran muy altos; lo curioso es que, al coincidir con el declive de las imposiciones en vestimenta, como poder ir a trabajar combinando un traje con unas sneakers blancas, aunque sean de Armani y de Yohji Yamamoto o en el caso de la mujer, con vaqueros y una camisa, eso sí, de seda y alta costura, la gente empezó a relajarse en cuanto a su imagen y buscó la diferenciación en los accesorios, incluso personas que se habían operado sin sufrir de ninguna complicación posterior, empezaron a usar lentes de ver para dotar a su apariencia de rebosante personalidad e indiscreción”, expone Guillaume Erné, autor de varios libros sobre sociología de las tendencias.
El lujo siempre se evidenciará a través de piezas únicas y es por eso que las monturas son obras de arte. “Son sinónimos, especialmente cuando nos adentramos en el terreno del lujo. Tanto es así que antes la gente escogía modelos de gafas por el color de la lente. Ahora que la tecnología lo permite, lo importante es la montura”, expone Max Miller, profesor en Royal Academy of Arts en Londres.
Este nuevo enfoque ha desencadenado una comunidad coleccionista con una extensísima cultura visual que entiende que una montura; una pieza visual; un producto especial, te hace ser diferente, pero, a la vez, te hace sentir bien porque el lujo ya no es ostentación, sino, como nunca antes, un identificativo del glamur de nuestra imagen personal que trasmite un mensaje sin voz.
Por. Marcela Alzate P. Arquitecta